miércoles, 6 de abril de 2011

Los cyborgs amarán a las musas, incluso

Carlos G. de Castro
Miércoles 6 de abril de 2011.
Publicado en Diagonal, nº 147


A comienzos del siglo XX el arte de vanguardia se propuso la labor de desintegrar los oxidados pilares del arte académico. La vanguardia comprendió rápidamente que la cultura maquínica era un hecho incontestable y que los principios artesanales estaban condenados. Así pues, en un principio, el enfrentamiento entre vanguardia/tradición fue doble. De un lado estaba la cuestión de los medios: la técnica, y de otro la cuestión de los fines: el arte academicista se asentaba en la consideración de verdades absolutas, era un arte consistente en “expresar” la subjetividad del artista frente a la objetividad del arte; por su parte, el arte de vanguardia incorporó rápidamente la autorreflexión, entendiendo que el arte como lenguaje no podía ser verdadero o falso, sino válido o inválido.

En el arte actual ha sobrevivido un alto grado de academicismo sobre todo en lo referente a la concepción de los papeles del arte y el artista. La academia se ha actualizado encontrando en la fascinación por la técnica un medio de supervivencia, y puesta al día tecnológicamente suele presentarse bajo las formas más espectaculares.

Es el caso de la exhibición neodadaísta Método del discurso de Fernando Sánchez Castillo en el CAC de Málaga, quién ha expuesto en las salas del museo una serie de lienzos pintados por los robots desactivadores de bombas de los Tedax. Aquí, el rol del artista sigue impoluto: por muy extraño que sea lo que ofrece un artista, es arte porque expresa su singularidad, la que le permite ser artífice de objetos “especiales”; al tiempo que presenta la esencia del arte como algo objetivo: si está en un museo es arte. Si los situacionistas querían jugar con las máquinas para abortar la singularidad del artista y crear una cultura comunitaria, “todos nuestros bienes serán colectivos y se autodestruirán rápidamente”, dijeron; Sánchez Castillo usa su método para hacer lo contrario: generar objetos “especiales” gracias a su subjetividad de artista, que perdurarán en el tiempo y adquirirán un valor de mercado.

Pero la fascinación por la técnica en el discurso oficial es aún más evidente en la aceptación por parte de éste de la ideología tecnocientífica-apocalíptica. En palabras de Mark Fisher “es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”, la cultura oficial no se cansa de ofrecer ejemplos de ello constantemente –Matrix, The Road, Hijos de los hombres, 2012, El día de mañana, etc.–, y la solución desde el tecnocientifismo-apocalíptico no sería otra que la sustitución de la raza humana por otra “mejor”, capaz de tolerar las condiciones de vida extremas a las que el planeta se verá abocado sin remedio.

Precisamente aquí es dónde aparece la figura del cyborg, concebido para un mundo posthumano, es el habitante ideal de un planeta postcapitalista en el que la vida natural ya no es posible y ha sido sustituida por la vida artificial (Blade runner). Así, desde el arte oficial, se ha generado toda una corriente creativa dispuesta a satisfacer la demanda de objetos que alimenten este imaginario colectivo. Así, artis- tas como el chipriota Stelious Arcadiou, apologista de la obsolescencia humana a través de la estética cyborg-protésica, o los jugueteros de festivales como Vida X.0 de la Fundación Telefónica, con sus animales y plantas robóticos, son representativos de una cultura fascinada por la técnica que, desde una ideología tecno-determista, plantean una transformación de la vida humana dirigida desde la tiranía de la teconociencia. El problema aquí no es tanto la condición ideológica de este arte como su pretensión de ocultarla bajo el mantra de la objetividad técnica, al tiempo que, rechazando el programa de vanguardia, sigue fomentando un arte objeto limitado en muchos casos a “expresar” el sentir de su artífice –sea éste cyborg o humano – y en el que la distancia crítica hacia el propio medio brilla por su ausencia. Quizás, en un futuro no muy lejano, existirá un mundo posthumano habitado por cyborg amantes de las musas.

Quienes desconfían de la máquina y quienes la glorifican manifiestan la misma incapacidad para utilizarla.

CONSTANT.
Sobre nuestros medios y nuestras perspectivas, 
revista Internacional Situacionista nº 2, 1958.