jueves, 25 de noviembre de 2010

«qué-va-a-pasar-al-final». DEXTER DALWOOD

PUBLICADO EN EL NÚMERO 28 DE ARTECONTEXTO
MÁLAGA, CAC
Del 10 de septiembre al 28 de noviembre de 2010.



En un cómodo interior, flanqueada por cactus y plantas, una hamaca vacía observa tras una cristalera el soberbio perfil de la ciudad de Seattle. ¿5 de abril de 1994? La pequeña pieza es un collage de Dexter Dalwood – Bristol, Reino Unido, 1960 – fechado en 2000 y presentado bajo el título Kurt Cobain’s Greenhouse.


Julio Cortázar en su primera novela, Los premios, se burla del lector pasivo al presentarlo como un lector vago y rutinario, interesado sólo por «qué-va-a-pasar-al-final», contrapuesto al que considera lector activo, aquel que de alguna manera participa de la obra. En el magnífico prólogo que para Rayuela escribiera Andrés Amorós, el crítico literario afirmaba de forma categórica, sobre la innovación que representaba el clásico de Cortázar: «Toda la renovación de la novela contemporánea ha ido unida a la búsqueda de ese lector activo». El escritor le devuelve el guante cuando en boca de Morelli al final del capítulo 97 de Rayuela dice: «Por lo que me toca, me pregunto si alguna vez conseguiré hacer sentir que el verdadero y único personaje que me interesa es el lector». Creo que esta sentencia puede ser aplicada sin complejos a las artes plásticas y en particular a Dexter Dalwood, candidato al Premio Turner 2010, cuya retrospectiva, nacida de la colaboración entre la Tate St. Ives, el FRAC Champagne – Ardenne y el CAC de Málaga, podremos contemplar en la ciudad andaluza hasta el próximo 28 de noviembre.


De este modo, cabría pensar que los lugares ficticios ofrecidos por el pintor británico son una invitación a convertirnos en lectores activos a través del uso de nuestra imaginación, la misma fuerza que ejerciera el artista para crear estas escenas sobre iconos del siglo XX. En la Kurt Cobain’s Greenhouse del pintor británico no murió el mítico cantante, compositor y guitarrista de Nirvana; como tampoco la estancia que con aires de Matisse titula Diana Vreeland, acogió jamás a la sacerdotisa de la moda; ni en la Ulrike Meinhof’s Bedsit de Dexter planeó nunca la revolucionaria, la evasión del líder de la Fracción del Ejército Rojo, Andreas Baader. Sencillamente lo que vemos no existe, nunca existió, pero funciona como representación capaz de activar nuestra memoria colectiva, produciendo una falsa ilusión de cercanía, de conocer el «qué-va-a-pasar-al-final».


Para Debord «El espectáculo se presenta como la sociedad misma y, a la vez, como una parte de la sociedad y como un instrumento de unificación». Y es precisamente esa unificación, la que permite al lector pasivo intuir el final de la historia. Todas las piezas de Dalwood juegan con esta memoria colectiva. A primera vista sus lienzos son lugares reales que reafirman la “verdadera-historia-del-mito”, pero a un nivel más profundo, al pintar siempre los lugares vacíos – el personaje no está, sólo su supuesta aura – y hacer hincapié en los tópicos, la pintura de Dexter realiza una deconstrucción del mito, produciendo en el lector activo el efecto contrario que en el pasivo: desvelar todo lo que hay de artificial y construido en los mitos contemporáneos y por extensión, en toda narración colectiva.


Sin duda, la exposición de Dexter Dalwood, un pintor que «desde un punto de vista no reaccionario» se apropia de la tradición pictórica occidental para construir, desde ahí, una nueva pintura de historia basada en la subjetividad, será una cita obligada este otoño.

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