domingo, 4 de septiembre de 2011

Apunte: La obediencia a la autoridad en la Democracia Realmente Existente

En nuestro tiempo la universalidad hegemónica de la democracia es incuestionable, la principal razón de que “esto” sea así es la creencia en su legitimidad. Por mucho que haya generado y siga generando focos de resistencia-  donde hay poder hay resistencia que diría Foucault -, lo cierto y verdad es que la obediencia a su autoridad es masiva y global. Si tenemos en cuenta el pensamiento de Weber, para el cual toda auténtica relación de dominio va acompañada de una mínima voluntad o interés en obedecer, la cuestión que se nos plantea es la siguiente: ¿de dónde procede la voluntad de obediencia a la democracia?


Acción urbana, colectivo Democracia, 2008
El éxito de este sistema de dominio procede de la confluencia de varios factores que, a lo largo de los últimos siglos, le han procurando una fe siempre constante en su autoridad por parte del cuerpo social. Así, el poder de nuestras democracias obtiene su legitimidad al operar dentro del marco de un ordenamiento jurídico racional que, a ojos de la sociedad, aparece como justo. Pero la obediencia basada en una mera razón instrumental es insuficiente para explicar el rotundo éxito de este tipo de estructura social. En la democracia realmente existente los motivos de índole racional van acompañados de motivos emocionales, los cuales generan constantemente dispositivos de obediencia y fe en su autoridad. Estos motivos sintetizados en el American way of life podemos resumirlos en los siguientes: 


- creencia en que bajo las democracias capitalistas se llega a la máxima expresión de libertad individual. 


- creencia en el progreso continuo de la economía.


- fe absoluta en el potencial de la técnica para resolver todos los problemas humanos. 


Cuestiones todas ellas subjetivas que sin embargo fundamentan, junto con un ordenamiento jurídico racional, la hegemonía universal de la democracia.


Un ejemplo de la gran aceptación y popularidad del término DEMOCRACIA lo tenemos en las actuales movilizaciones de índole contrahegemónica que se aglutinan en torno al 15M. El hecho de que una de las plataformas generadora del movimiento se denomine Democracia Real Ya, DRY, o de que durante las marchas se grite ¡lo llaman democracia y no lo es! ejemplifica claramente que: a pesar de la degradación y corrupción de las democracias realmente existentes, la fe en su sistema y su legitimidad prevalecen. Este hecho hubiera sido análogo a unas hipotéticas movilizaciones que durante la Prestroika hubieran ocurrido en las calles de Moscú exigiendo Socialismo Real Ya. La diferencia estriba en que para las sociedades del telón de acero el socialismo carecía ya de legitimidad, mientras que para las sociedades liberales actuales la democracia sigue siendo fuente de autoridad. Lo cual no deja de ser significativo, cuando es precisamente la consideración de la democracia como legítima lo que permite a los mercados el uso de los resortes de la administración democrática para imponer su ideología. En esta partida de ajedrez ambos bandos, desde posiciones asimétricas, están jugando con la legitimidad democrática. Y esto es posible porque la democracia en la actualidad no es otra cosa que un continente distorsionado y vacío, un universal hueco que puede ser ocupado y usado por cualquier contenido específico.


Por otro lado, la construcción de la legitimidad democrática presenta también un alto sesgo ideológico procedente de la normalización del cuerpo social. Tenemos que comprender que, hasta cierto punto, la arquitectura social diseñada por el binomio democracia – capitalismo ha generado un mundo a su imagen y semejanza. El individuo democrático ha sido construido desde su nacimiento por un gran número de instancias (la familia, la escuela, la publicidad, la empresa...) que han determinado y normalizado en gran medida su conducta y modo de pensar, haciendo que vea la realidad a través de las lentes de la ideología que le ha dado forma y sin la cual, probablemente, desaparecería. Desde este punto de vista, cabría quizás interpretar la idea mentada por Slavoj Žižek: es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo, como la posibilidad de la que el individuo democrático sea en alguna medida consciente de su artificialidad, de su dependencia genética del capitalismo y de la imposibilidad de su existencia en una sociedad diferente. Y de ahí, que la obediencia a la autoridad en las democracias realmente existentes tenga también algo de instinto de supervicencia.


Carlos G. de Castro / NOTON

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