lunes, 5 de mayo de 2014

Alfredo Miñambre: En tiempos del fin de la política representativa

FUENTE: DIAGONAL ANDALUCÍA

Desde que Alfredo Miñambre naciera una noche en El Perro Andaluz, mítico bar sevillano, mucho ha evolucionado y vivido este singular paleopolítico, ideado e interpretado por el poeta Felipe Bollaín. Sin duda su momento estelar fue durante el 15M, cuando su quijotesca figura, de elegante vestir, corbata naranja, gafas quebradas y voz histriónica, apareció en Las Setas para pronunciar el anti-mitin del Partido en Dos (PEN2)... y empezó así a abrirse un hueco en nuestra memoria visual. Después de aquello, el 15M se transformó, y también Alfredo, que le ha sobrevivido con bastante buena salud

Fotografía de Stefania Scamardi
Miñambre, que como decíamos en mayo de 2011 salió de la cabeza de Bollaín (o entró en ella, vaya usted a saber), superó la coyuntura quincemayista sin quemarse, y hoy, gracias a sus retruécanos y calambures es un personaje más consolidado. Sin embargo, aún queda Alfredo por pulir, ocurriendo en algunos instantes que el poeta quiere aparecer, los juegos de palabras se distancian de la sátira y el personaje se vuelve algo difuso.

Respecto a su herencia, a pesar del lenguaje enrevesado o antilenguaje, que remite al mundo dadá y las experiencias de vanguardia del siglo XX (“¡De-anuncio vuestros métodos pu-belicistas flatulentos de agonía de la esencia de la fluidez vital!”), Miñambre es una criatura bastante hispana: habla con greguerías, como Gómez de la Serna y es hijo del esperpento y de Don Quijote. Y en sus “aspiraciones políticas” enlaza con la tradicional burla al poder reduciéndolo al absurdo, que en estas tierras se inaugurara durante el Barroco; cuando ya se empezaba a vislumbrar que eso del “imperio español” era un gigante con los pies de barro.

En los discursos de Alfredo, se abre todo un mundo mágico, donde el poder político queda menguado a la mera pantomima, para precisamente contar la verdad, su verdad. Mismo proceder que usara Gracián en el siglo XVII para los mundos alucinados de El Criticón.

Pero Alfredo Miñambre es sobre todo un síntoma, un síntoma del agotamiento de la política tal como se ha constituido durante los siglos XIX y XX, un síntoma del colapso de las posibilidades de la política representativa y de los anhelos por nuevas formas sociales más horizontales y democráticas, donde el político profesional sea un paleopolítico... a fin de cuentas, una criatura de un tiempo ya superado. ¿Quién sabe si lo veremos en las próximas municipales retando a Zoido por la alcaldía de Sevilla? ¿y quién sabe si no pudiera, incluso, superar a tan casposa eminencia?

Mientras tanto Alfredo Miñambre dará mucho más... mucho más de lo mismo.


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